Sueño con días en los que el mundo se destiñe con mis suspiros. Como una vieja foto en blanco y negro en el salón, mis recuerdos se conservan enmarcados en el fondo de mi corazón.
Trozos del arco iris que rompí con mis llantos, están esparcidos por el valle. Los recojo uno a uno procurando no cortarme, y los entierro en el jardín, delante de mi ventana favorita. Desde la cuál contemplaba la lluvia caer en los días tristes, y observaba como se ponía el Sol en verano. Desde allí podía ver como las luciérnagas iluminaban el camino que conducía al río, y las cigarras le cantaban canciones a la luna perezosa. Incapaz de imaginarme las noches sin aquella preciosa melodía, la guardé junto con mis recuerdos, por si algún día las cigarras se cansaban de cantar. Incluso la reproducía dentro de mi cerebro en las frías noches de invierno en que tenía miedo. Me ayudaba a conciliar el sueño.
Los colores de otoño pintan el bosque, y le dan más diversidad a mis pensamientos. Mi mente viaja rápido, a la velocidad del viento que levanta las hojas caídas. A menudo tengo que frenarla y hacerla retroceder, rebobinar el verano, y vivirlo más lento. Tal y cómo Dios manda. Mientras reproduzco las imágenes descubro todo lo que pasé por alto. Y vuelvo a vivirlo de una forma más relajada. Echo un vistazo al cielo y me doy cuenta que hoy está virgen de estrellas. Quizás eso es lo que me hacía sentir tan perdido. Voy a mi habitación, y rebusco dentro del armario, hasta que en el fondo de un cajón, envuelta en una vieja camisa de trabajo, encuentro la estrella que atrapé el verano pasado desde mi tejado. Le quito el polvo, hasta que consigo que brille de nuevo. Subo a la terraza y la lanzo a la oscuridad de la noche. Unos segundos más tarde , empieza a parpadear en el cielo. Como la luz de un faro en una noche de niebla , despeja el camino hacia mi mismo.
sábado, 15 de julio de 2017
Estaciones mentales
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