Senderos rurales, atestados de vegetación que me conducen al nivel espiritual más elevado.
El sonido del viento soplando con delicadeza entre los árboles y las dulces melodías que cantan los pájaros más exóticos me producen una sensación de intimidad conmigo mismo.
Mis pies siguen la senda de la montaña. Aún se conservan algunos restos de la nieve caída el pasado invierno. Subo sólo para observar el anochecer y comprobar que todo sigue tal como lo dejé la última vez.
Una ardilla curiosa me acompaña durante la primera parte del trayecto, hasta que encuentra un par de bellotas con las que entretenerse, y se pierde en las profundidades del bosque.
Una vez en la cima busco el viejo autobús abandonado y entro con cuidado. El techo sigue muy lastrado a causa de las torrenciales lluvias de otoño. Me tumbo en la cama provocando un fuerte crujido. A pesar de los años que tiene, sigue siendo el catre más cómodo sobre el que me he estirado nunca.
Leo las citas que hay apuntadas en la pared, y trato de memorizar las que me resultan más llamativas. Miro la hora y me doy cuenta que ya falta poco para que anochezca. Hoy hay luna llena. Me apresuro para llegar al punto más despejado de la montaña, y hago un potente silbido para llamar a Goonie, el perro salvaje que habita estos bosques. Escucho sus pasos ágiles aproximarse, hasta llegar a mi posición. Se sienta a mi lado, y espera impaciente a que sea la hora exacta para aullar con todas sus fuerzas, al mismo tiempo que sale la luna. Me acerco un poco más a él, y acaricio su lomo hasta que se duerme en mis pies. Me siento afortunado
viernes, 7 de julio de 2017
Afortunado
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