domingo, 19 de marzo de 2017

Un mundo de plastilina

Adam era un amante de la plastilina. Le gustaba tanto que casi podría considerarse una obsesión. Vivía en un mundo utópico y mágico, él creaba todos los personajes. Los moldeaba cada día según su estado de ánimo. Sophie era su querida dama de honor. Con una larga melena rubia y los ojos tristes. Era el prototipo de chica con quien siempre había soñado. Nunca envejecía, y si alguna vez se le caía un pelo, él se lo volvía a colocar con cura en su sitio.
Odiaba su trabajo, pero compró más plastilina para construirse un precioso Mercedes que lo llevaba cada día a la oficina, y así poder sorprender a los cretinos de sus compañeros. No tenía dinero para cambiarse esa horrible corbata que quedaba tan mal combinada con el único traje que tenía, de modo, que la quemó y se pintó una de nueva.
Su casa era fea y pequeña, así que empezó a moldearla con sus manos, hasta que se convirtió en un maravilloso chalet, delante de una playa desierta. Se limpió los restos de plastilina y entró. Todo era tan perfecto dentro.
Tampoco tenía amigos, pero los dibujó. Todos eran personas ejemplares, con una enorme clase. Dignos de admirar. Se sentía tan orgulloso de ellos, que siempre quería que los vieran juntos. Que vida tan miserable tiene el resto del mundo, y que afortunado que soy, pensaba. Nadie le enojaba, ni le decepcionaba, era una persona importante y respetada en su mundo. En cambio los del otro mundo, vivían una vida inestable, vestían esa ropa tan horrible y conducían coches antiguos y pasados de moda. Que desgraciados que son- Decía cuando los veía.

Un día de invierno, se sentía aburrido, y le apetecía bañarse en una enorme piscina climatizada, pero se dio cuenta que aún no había construido ninguna, de forma que salió de su mundo para ir a comprar más plastilina. Entro a la tienda y presenció algo que le cautivó. El vendedor, estaba hablando con uno de sus clientes, su voz transmitía una enorme tranquilidad. Podría haberse pasado todo el día escuchándole. Finalmente se despidieron, y el vendedor le dió un tierno abrazo. La intensidad del saludo fue tan sincera, que una aura envolvió todo el entorno, y Adam pudo sentir la energía que desprendieron los dos amigos. Se quedó tan encantado por aquel gesto, que de vuelta a casa, no podía dejar de pensar en ello. A causa de esto, decidió construir lo que había visto con la plastilina que compró. Se pasó horas y horas intentándolo, pero fue incapaz de conseguirlo, y entristeció, quiso refugiarse en alguno de los elementos de su mundo. Condujo con su precioso Mercedes hasta la playa y observó la puesta de Sol, pero seguía insatisfecho, y visitó a su querida, pero ella tampoco fue capaz de consolarlo. Así que la destruyó, la hizo pedazos. Repitió el mismo gesto con el resto de su mundo de dibujos, pintura y plastilina, hasta que solo quedó una pequeña montaña de residuos de colores, y salió al exterior. Buscó la tienda de plastilina, entró y sin decir nada abrazó al vendedor. Nunca había sentido algo tan real.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario