miércoles, 29 de marzo de 2017

Los campos dorados

Separo todo lo que me persigue, pequeños recuerdos que incomodaban mi mente, arañando el tiempo que guardaba para descansar esta noche en la orilla y esperar la salida del Sol.
Un nuevo día amanece, y las sirenas resuenan de nuevo en el acantilado. Rasgo la pared de mi casa en runas, y la superficie tiembla ligeramente.
Merodeo por la habitación, hasta que termino de recoger todos mis sueños y los empaqueto en una cómoda maleta de viaje.
Mi alma es hoy una incógnita imposible de resolver, una irregularidad incomprensible.
El cielo está oscuro, parece que va a llover, pero no quiero utilizar ningún paraguas. Dejaré que la lluvia, lave mis pecados y prejuicios. Llamo a los ángeles que tendían protegerme, y les pido que hoy me dejen solo, que ya no me asusta morir. Arranco la cola del diablo, y la escondo dentro de mi maleta junto a mis sueños. Esta noche no tengo miedo a perder, quiero ganar, y recordar el sabor de todo lo que he trabajado para llegar aquí, enloquecer de emoción y perder un poco el juicio.

Veo como el fuego arrasa mi ciudad, no deja ningún rastro de todo lo que alguna vez fue. Los llantos de la cultura que se extingue detrás de las llamas rompen mi alma, y me obligan a mirar atrás. Enfrente solo veo un desierto infinito, dónde el calor consume la escasa vegetación de la zona, empiezo a andar, según mi instinto hasta llegar a un pequeño mirador, desde dónde puedo observar toda la extensión del monótono territorio. En el horizonte algo brilla con intensidad, no me quiero dejar engañar por los espejismos, pero sigo la dirección de esta luz. Es un recorrido bastante largo, pero termino llegando al origen de este enorme resplandor. Unos preciosos campos, repletos de trigo, y una pequeña cabaña de paja en el medio. En aquel momento empieza a llover con intensidad. Abro mi maleta y libero a todos los sueños que había encerrado, me pongo la cola del diablo, y empiezo a bailar debajo la lluvia, hasta que esta cesa por completo. La cola ha desaparecido, un majestuoso roble ha nacido en medio de los campos dorados, y las alas de los ángeles se llevan el cuerpo sin vida del pobre demonio al cielo.  

domingo, 19 de marzo de 2017

Un mundo de plastilina

Adam era un amante de la plastilina. Le gustaba tanto que casi podría considerarse una obsesión. Vivía en un mundo utópico y mágico, él creaba todos los personajes. Los moldeaba cada día según su estado de ánimo. Sophie era su querida dama de honor. Con una larga melena rubia y los ojos tristes. Era el prototipo de chica con quien siempre había soñado. Nunca envejecía, y si alguna vez se le caía un pelo, él se lo volvía a colocar con cura en su sitio.
Odiaba su trabajo, pero compró más plastilina para construirse un precioso Mercedes que lo llevaba cada día a la oficina, y así poder sorprender a los cretinos de sus compañeros. No tenía dinero para cambiarse esa horrible corbata que quedaba tan mal combinada con el único traje que tenía, de modo, que la quemó y se pintó una de nueva.
Su casa era fea y pequeña, así que empezó a moldearla con sus manos, hasta que se convirtió en un maravilloso chalet, delante de una playa desierta. Se limpió los restos de plastilina y entró. Todo era tan perfecto dentro.
Tampoco tenía amigos, pero los dibujó. Todos eran personas ejemplares, con una enorme clase. Dignos de admirar. Se sentía tan orgulloso de ellos, que siempre quería que los vieran juntos. Que vida tan miserable tiene el resto del mundo, y que afortunado que soy, pensaba. Nadie le enojaba, ni le decepcionaba, era una persona importante y respetada en su mundo. En cambio los del otro mundo, vivían una vida inestable, vestían esa ropa tan horrible y conducían coches antiguos y pasados de moda. Que desgraciados que son- Decía cuando los veía.

Un día de invierno, se sentía aburrido, y le apetecía bañarse en una enorme piscina climatizada, pero se dio cuenta que aún no había construido ninguna, de forma que salió de su mundo para ir a comprar más plastilina. Entro a la tienda y presenció algo que le cautivó. El vendedor, estaba hablando con uno de sus clientes, su voz transmitía una enorme tranquilidad. Podría haberse pasado todo el día escuchándole. Finalmente se despidieron, y el vendedor le dió un tierno abrazo. La intensidad del saludo fue tan sincera, que una aura envolvió todo el entorno, y Adam pudo sentir la energía que desprendieron los dos amigos. Se quedó tan encantado por aquel gesto, que de vuelta a casa, no podía dejar de pensar en ello. A causa de esto, decidió construir lo que había visto con la plastilina que compró. Se pasó horas y horas intentándolo, pero fue incapaz de conseguirlo, y entristeció, quiso refugiarse en alguno de los elementos de su mundo. Condujo con su precioso Mercedes hasta la playa y observó la puesta de Sol, pero seguía insatisfecho, y visitó a su querida, pero ella tampoco fue capaz de consolarlo. Así que la destruyó, la hizo pedazos. Repitió el mismo gesto con el resto de su mundo de dibujos, pintura y plastilina, hasta que solo quedó una pequeña montaña de residuos de colores, y salió al exterior. Buscó la tienda de plastilina, entró y sin decir nada abrazó al vendedor. Nunca había sentido algo tan real.  

domingo, 5 de marzo de 2017

Canciones y diarios

Arde el mundo que inventamos en nuestra infancia. Aquellos sueños, que construimos juntos, ya no son más que cenizas debajo de las llamas de esta hoguera. El fuego y el calor han derretido los últimos deseos que compartimos. Cada uno sigue su camino, y en la cima de las montañas que escalamos, tratamos de distinguir la posición del otro. Pero es un punto invisible en el espacio. Una incógnita, como el mismo futuro. Dónde acamparé mañana? Quizás en el mismo bosque que tú. O quizás cerca de mi próxima casa. El mundo va escribiendo nuestro diario, y nosotros vamos pasando las páginas con cuidado. Me pregunto, si en alguna de las siguientes frases que lea, va a aparecer tu nombre detrás del mío. La vida avanza a la velocidad de la luz, y yo soy incapaz de seguir su ritmo, así que me tumbo a observar, los pequeños detalles, trato de enamorarme de nuevo, de todo lo que me encuentro, de los árboles, de las piedras, o del cántico de los pájaros. De lo que me relaja, y lo que me identifica. Me siento tal y como soy, y permito que mi alma bostece. Todo lo que fuímos y lo que llegaremos a ser, me resulta indiferente. Pero y ahora qué? Cómo me defino, en este momento? Conozco mi naturaleza, y las directrices que sigue mi instinto humano? Cuáles son mis sentidos más desarollados?
No tengo prisa, cierro los ojos y escucho mi corazón latir. Descubro la perfecta pulsación que sigue mi mayor órgano vital. Nunca pierde el ritmo. Siempre va acorde con mi cuerpo. Me sumerjo en la majestuosa música, y me siento parte de ella. Distingo los instrumentos que participan. Cada uno tiene su importancia, en la canción. Todos son necesarios para conseguir la perfecta sinfonía que guía mis pasos.
Estoy tan concentrado  en la melodía que la siento por todo mi cuerpo. Me transmite una enorme felicidad, y involuntariamente, empiezo a bailar. Tengo los ojos cerrados, pero no temo caerme, ni golpearme con nada. Me limito a seguir mi instinto, y me conecto con el mundo y todo lo que me rodea. Doy vueltas por el entorno, y salto como un niño. Todo esta energía que hay aquí en este lugar, recorre mis venas y impide que pare de bailar. Estoy en un momento de auge. La canción llega a su parte más emotiva, me envuelve una aura de adrenalina que mueve mi cuerpo. Pero de repente algo choca conmigo, y corta toda mi euforia.
Abro los ojos, malhumorado, y la veo a ella de nuevo. Sus ojos brillan como dos estrellas, y su pelo es mucho más largo que la última vez que la ví. Me entrega una urna que contiene las cenizas de nuestro anterior diario, me ofrece uno de nuevo, con todas las páginas en blanco y desaparece en el bosque.