A veces me gusta
vivir dentro una burbuja. Ser frágil, y poder analizar la situación
de todas las perspectivas posibles.
Me paso noches sin
dormir, y sueño despierto con los resultados esperados, que nunca
van llegar. Así que me acostumbro a vivir sin expectativas. Me
convierto en un ser más comprensivo con las personas.
La falta de
coherencia con uno mismo me vuelve loco, pero me esfuerzo para
aceptar que a veces es imposible, conseguir la perfección.
Una revolución
sentimental se esta gestando en mi mente. Diversos cambios se
avecinan como una tormenta veraniega, y mi alma esta inquieta ante la
adversidad. Yo la tranquilizo susurrándole que todo va salir bien.
Lentamente veo como
un ejercito de soldados va descendiendo por mi cerebro, hasta llegar
a mi corazón. Allí atacan a toda mi rabia y terminan con todos mis
fantasmas.
Me encuentro de
espaldas a ellos, por que descubrir su apariencia es un hecho que me
aterroriza.
Pero me armo de
valor y los miro a los ojos. Un escalofrío recorre todo mi cuerpo,
todos ellos tienen el rostro de antiguos amigos, que desaparecieron
de mi vida como un estrella , en la noche de San Lorenzo. Ellos
mismos están acabando con los restos de mi pasado que aún me
escuecen el alma.
Resuenan los
cañones, y me tiemblan las manos, la guerra me ha dejado débil, y
ha abierto nuevos caminos en mi interior desconocidos. Quiero
recorrerlos y ver hacia dónde me llevan. Pero necesito descansar
para recuperar mis fuerzas.
El mundo está
evolucionando a mi alrededor, y yo ya no me veo como un observador
pasivo.
Puedo percibir cada
una de sus intenciones, y entender las reglas del juego, y mi alma
parece haber alcanzado la estabilidad.
Me miro los pies y
veo como los pequeños soldados descienden por mis piernas hasta
enterrarse debajo el suelo.
Llega el momento de
la substitución de los elementos, en que se invierte todo. La noche
se termina, y llega el día, las lágrimas cesan para dar paso a las
sonrisas y mi corazón se amplia hasta conseguir que la anchura de mi
pecho se duplique y el amor supere el odio.
Me lanzo de nuevo
hacia el mundo, con un vestido diferente, puede que no tan reluciente
pero que resguarda más del frío del invierno.
Se acabaron las
noches sin dormir, y los días en que andaba con los ojos cerrados.
Mi mente me indica el camino a través del viento, dónde lejos veo
como las luces intermitentes del faro se vuelve permanente, hasta que
mis pasos llegan a la playa, y mi cuerpo se lanza dentro del mar,
para nadar sin miedo hacia un futuro próspero y ambicioso
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