A veces me gusta
sentarme junto al fuego, con una guitarra en mis manos, y tomar una copa con mi
alma. Envejecemos juntos, y nos convertimos en profetas de nuestra suerte.
Podría pedirte
que soñaras una vez más, y aún no conseguiría cumplir todos mis objetivos.
Somos piezas
flotantes en un espacio infinito, vagando sin rumbo, buscando nuestros pares.
Seguimos sin
encontrar las respuestas de nuestras dudas, todo parece tan calmado fuera de
nuestras casas, que nos perdemos en el camino de vuelta.
Sentados en un
árbol solitario, divagamos sobre nuestro pasado, hasta que cae la noche.
Hoy no podemos dormir debajo la luz de
las estrellas.
Brillan nuestros
ojos y se aclaran nuestras mentes, como aviones a punto de despegar, preparamos
nuestras maletas, para un viaje sin retorno a tierras desconocidas. Lejos de la
rutina, alejándonos de nuestro hogar.
Ignorantes los
que hablaban de Tierra Prometida, ingenuos todos aquellos que creyeron los
discursos de los sabios. No tengo palabras para describir esa incómoda verdad,
junto al santo confesionario que la Tierra ha colocado a mi lado: el viento.
Podría suspirar una vez más y perderlo de vista. Así que no puedo despistarme
más, voy a seguir con mi trabajo.
Llevo tantas
horas escuchando historias sobre la Luna, el Sol i las estrellas, que mis
orejas se convierten en un telescopio, que me permite ver el Universo, y
comprender todas las leyendas que corren por esas galaxias desconocidas. No
puedo evitar tumbarme otra vez junto a ti y echarme a reír. Pierdo el control
de la situación y caigo de la cama, para observar como el suelo se deshace a
nuestros pies, y nuestros cuerpos se escurren bajo la arena marina.
Desconcertados despertamos junto una gran hoguera con una copa en nuestras
manos, susurrándole al viento, y llenos de arrugas. En la distancia podemos vislumbrar nuestras
almas, volviendo a casa de nuevo, siguiendo la dirección del viento. Tan llenas
de felicidad que olvidan borrar su huellas en las nubes.
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