Te sientas delante del atardecer, y
observas la caída del Sol. Tienes la posibilidad de abrir tu armario, y escoger
los sueños que vas a vivir hoy. Mirar adelante y tropezar con la razón de
nuestro aprendizaje.
Mirando la luz solar, he perdido
gran parte de mi visión. Así que invierto mis funciones vitales. Me duermo al
lado del Sol, y despierto flotando en la luna.
Traduzco mis miedos a alegría, y me
sale mal la cuenta de los kilómetros que me quedan por recorrer hacia la
felicidad.
Puedo mezclar la debilidad con un
poco de sabiduría, y derrotar la tiranía de masas. Si me siento de espaldas a
la luz puede que de esta forma consiga enamorar a los locos que inventaron las
palabras y borraron nuestras imágenes.
Una noche de sueños rotos, inunda
nuestros ojos, lejos de nuestro hogar. Los
sentimientos se van, mientras ellos inventan canciones bajo la luna. Tejiendo
los versos de la inmunidad para nuestros hijos, se liberan los fantasmas
atrapados en nuestras almas.
Así termina nuestro cuento de
Navidad, con tres reyes buscando el tesoro que han perdido las estrellas extraviadas
de nuestros corazones, por los campos de oro que se extendien por nuestras
manos. Así que cuando los reyes se cansan de buscar sus tesoros, el primero de
ellos, corta una espiga del campo, y se la regala al recién nacido, el segundo
se decide por cortar una espiga y encender una punta para que se convierta en
una bengala de oro, el tercero harto de
trucos de magia opta por acercarse al recién nacido, hacerle sonreír, capturar
su sonrisa, y guardarla en una caja circular. Se acerca a la estrella que
ilumina el camino de los pastores y la sustituye por la sonrisa del bebe, que
resplandece en el negro cielo como la luz de la esperanza.
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