¿Qué cielo te gustaría tener para el resto de tu vida?- Le preguntaron los reyes magos, al niño. Él se quedó pensativo unos segundos. Pareció que meditaba la respuesta con determinación.
Quiero un cielo, para cada una de mis emociones.- Respondió al final.
Los reyes magos se miraron desconcertados. - Algunos días me siento muy triste y necesito observar un atardecer con sus tonos cálidos. Los naranjas y rojos, me avivan el espíritu. Y renuevan mi energía. Evitan que pierda la esperanza. En cambio a veces, estoy muy feliz, con unas enormes ganas de saltar y cantar, y me gusta observar los tonos azules del cielo, para equilibrar mi energía y emociones. Me relajan, y me ayudan a dosificar. Para los momentos de soledad, me encanta observar un cielo negro, como la noche. Con pocas estrellas, pero brillantes. Que son como los amigos verdaderos. Poca cantidad pero de gran calidad. Y a poder ser que haya una buena luna. Porque siempre tengo la sensación que empatiza conmigo. Sé que ella también se siente sola. Y nos hacemos compañía mutuamente.
¿Y las nubes? ¿Quieres nubes? Le preguntó el rey blanco.
Sí, me encantan las nubes. - Respondió el niño. Las nubes me recuerdan a la transitoriedad. Al movimiento sosegado de la vida, y la naturaleza. Que se desplaza siempre hacia el camino correcto, al que le guía su instinto. Sin importar los estímulos exteriores. Bueno, el viento siempre influye en este desplazamiento. Pero el viento es como el cerebro del cielo. Lo mueve todo en la dirección correcta, en el momento adecuado.
¿Por lo tanto te gustaría que hubiera mucho viento? - Los Reyes Magos, empezaban a dudar. Ellos pensaban que sería más fácil satisfacer a aquel niño. - Depende del momento- Contestó.
El rey negro, se levantó de su trono con dificuldad (era el más viejo de todos). Y le pidió al niño que cerrara los ojos. Él obedeció sin rechistar.
El rey, le puso la mano al corazón y se concentró. Observó con atención y descifró los sentimientos del niño, como si estuviera resolviendo un rompecabezas, a continuación volvió a sentarse. Parecía un poco cansado.
¿Qué noche es hoy? - Preguntó. - La última noche del año respondieron al unísono.
Vamos a trabajar en el mejor primer cielo del año que nunca se ha visto. - Dijo. - Mañana cuando te levantes, imaginate el cielo que más te identifique según tus emociones. Cierra los ojos y abre la ventana.
El niño tenía muchas preguntas, pero el rey negro, le advirtió, que mejor que no los questionara. Sus compañeros tampoco parecían muy convencidos, pero confiaban en su sabiduría y experiencia.
Aquella noche, al niño le resultó complicado conciliar el sueño. No podía dejar de imaginar que tipo de cielo se encontraría por la mañana.
Cuando llegó la hora, se levantó de la cama, y antes de abrir la ventana, cerró los ojos, y estudió sus emociones. Estaba nervioso, su corazón latía más rápido de lo habitual, y quería tranquilizarse. Quería empezar el año relajado. Empezó a imaginar un cielo muy azul, un color que siempre le producía calma. No quería muchas nubes. A veces podían actuar como los pensamientos innecesarios. Cuando creía que ya tenía su cielo perfecto, abrió el porticón de la ventana, junto con sus ojos. No podía creer lo que veía. El cielo era blanco. Como una hoja de papel. No había ningún color, ni una nube, ni el Sol, ni la ni las estrellas. Nada. Toda su emoción empezó a convertirse en frustración. A punto de cerrar la ventana, y volverse a la cama enfadado, encontró un estuche de colores, en la repisa. Había una etiqueta en la parte superior que ponía: Colores para pintar el cielo.
El niño sacó el color azul, y empezó a pintar el primer cielo del año.
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