martes, 28 de julio de 2020

El mundo inventado

Existe un barrio a las afueras de esta macro ciudad, donde la vida parece funcionar de forma distinta. Todo contrasta con los lujos y privilegios de la parte alta de la urbe. Allí ocurren todas las atrocidades que te puedas imaginar. La pobreza y la violencia se imponen sin piedad por cada una de sus calles. Es uno de estos lugares, que todos los guías turísticos recomiendan evitar a todos los visitantes. 

Justo hoy hace diez años que Peter, nació en uno de los cuchitriles más desvencijados del barrio. Su padre había sido víctima de un tiroteo relacionado con el narcotráfico. Aunque nunca salió en las notícias ni en los periódicos, porque la clase media-alta de la ciudad, están demasiado ocupados con sus fabulosas vidas, y sus negocios. Y tal como resaltan siempre los políticos, es muy importante que en el exterior sepan que en nuestra ciudad, todo funciona con una perfección matemática. Como un engranaje perfectamente engrasado. Los ciudadanos tienen que creer, que vivimos en un sitio seguro, donde la gente es feliz. Así podremos atraer turistas, y nuevas empresas, para enriquecernos, y prosperar. Esto es lo que se empeñan a vender. Aunque sea una farsa.   

Su madre era una prostituta, y trabajaba la mayoría de noches, para satisfacer sus necesidades diarias. Peter pasaba muchas noches solo, envuelto en la oscuridad, y escuchando tiroteos y gritos en la calle cada día. Pero no tenía miedo, porque Peter tenía una mente privilegiada. No era como el resto de los humanos. Desde que tuvo noción de la conciencia, entendió que nadie más que él podría ayudarlo a sobrevivir en aquel entorno infame. 

Su cerebro desarrolló un sofisticado mecanismo, para reinventar la realidad. Todo lo que encontraba o ocurría a su alrededor que no lo gustaba, lo modificaba por algo que se adaptara mejor a sus necesidades emocionales. 

Cada noche cuando su madre se iba a trabajar, y los tacones que llevaba resonaban por toda la habitación, antes de que cerrara la puerta con llave, y apagara la luz, para dejarlo en la completa oscuridad, Peter activaba su cerebro, e imaginaba que estaba en una preciosa casa con unos padres normales, que lo querían de verdad y tenía un hermano mayor y una hermana menor que jugaban con él, y le enseñaban. Juntos se tumbaban en el balcón y miraban las estrellas. Él les preguntaba, y su hermano les explicaba historias sobre el universo y las constelaciones. Y Peter escuchaba con suma atención. 

Cuando miraba la habitación donde estaba tumbado no veía las cuatro paredes desgastadas, ni un espacio de dos metros cuadrados, sino un hermoso dormitorio pintado de azul marino (su color favorito), y con retratos de él con su familia imaginaria a sitios maravillosos, y no podía evitar sonreír. Era feliz con aquella realidad que le estaba ofreciendo su cerebro. 

Aquella noche mientras estaba admirado con su fabulosa habitación, tuvo lugar un tiroteo frente a su casa, que fue oscureciendo y nublando todas las maravillosas imágenes que su cerebro estaba produciendo. Su mecanismo de reinventar la realidad empezó a flaquear, y su corazón empezó a latir violentamente, como el tempo de una canción que va incrementando en los últimos compases. Y sintió ganas de llorar. Ante el defecto de su mecanismo contra este tipo de situaciones se sintió desamparado. 

Cuando estaba a punto de perder la compostura y esconderse debajo de la cama, presa del miedo, ocurrió algo que le hizo dudar de cuál era la realidad en la que vivía. 

Desde la ventana de la casa vecina, se escuchó un violín. Alguien tocaba una preciosa canción, que silenció los disparos (al menos en su mente), y hizo que Peter se sumergiera en la melodía, y se olvidara de todo. 

En aquel momento entró su madre preocupada. 

  • Peter. ¿Estás bien? - Le preguntó alarmada, mientras lo abrazaba. 

Pero él solo podía sentir la música. Aquella melodía le transportaba tan lejos de allí, que tomó la mano de su madre, y empezó a bailar con ella. 

Estaba tan sorprendida con la reacción de su hijo que al principio titubeó, pero Peter le rogó que no se detuviera. Y aunque ella siguió un poco confusa, bailaron como dos enamorados hasta que la melodía del violín terminó.

Su madre estaba atónita. Pero Peter quería mostrarle algo más aún. Le pidió que lo acompañara, y salieron al exterior. Su madre no quería salir. Decía que era muy peligroso, que hacía escasos segundos que habían cesado los disparos, pero Peter estaba tan decidido que fue incapaz de detenerlo. Cuando pasaron la puerta y bajaron los dos peldaños que llevaban a la calle, su madre no se lo podía creer. Aquel siniestro barrio había desaparecido, y enfrente se encontraban con un espléndido jardín y una casa radiante. 

Peter miró a su madre, con una sonrisa picaresca, y le dijo: 

  • Bienvenida a mi mundo mamá.

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