Miro el reloj, y veo como las agujas se mueven regularmente hacia la derecha. Los segundos pasan y la gravedad sostiene mis sueños en el universo infinito. No están siempre allí, sino que viajan por la galaxia en forma de meteorito, hasta que se estrellan contra algo y se desvanecen para siempre. Algunos de estos sueños pero van creciendo con el tiempo, hasta convertirse en satélites que giran alrededor del Sol. Brillan con intensidad y se alimentan de la energía que desprende el gran astro.
Me acuerdo de cuando todavía era un niño, y aún no conocía el peligro ni el fracaso. Mi corazón latía desbocado aunque no tuviera hogar. Descubría el mundo con la locura suficiente para sobrevivir. Corría por carreteras vírgenes y me construía mis cabañas en el bosque, con unas cuantas ramas y troncos.
El reloj sigue en mi mano, el tiempo no se detiene. Veo como todos están pendientes de él. Controla sus vidas, incluso exprime muchas de ellas. Viven en una enfermiza rutina.
Hoy todo es diferente, ese tren que siempre llevaba a todo su ejército de esclavos, se retrasa provocando su impaciencia y lamentaciones.
Llega diez minutos más tarde de lo habitual y algunos de ellos, van a quejarse al maquinista, pero él los ignora. Luego todos suben al tren y se sumergen en su mundo, con sus dispositivos electrónicos, ignorando todo lo que se encuentran en este trayecto que han repetido tantas veces.
Pero hoy ocurre algo imprevisto. Los celulares y reproductores de música no funcionan y el tren no se mueve, está parado en la estación. Uno de los pasajeros se levanta cabreado con la intención de salir y obligar al maquinista a arrancar el tren, pero todas las puertas están bloqueadas. Muchos se desesperan y empiezan a renegar, otros dan golpes a las paredes o a los cristales, pero ninguno de ellos consigue nada.
Finalmente uno de los pasajeros se levanta, mira por la ventana y observa un enorme nido de águilas en el techo de la estación. Avisa a los demás y todos se levantan para ver aquella maravilla. Pueden presenciar el nacimiento de las crías, como las madres las alimentan hasta que se hacen mayores, crecen y vuelan del nido para descubrir mundo.
Cuando todo esto termina, el tren arranca. Ha pasado ya mucho tiempo desde que subieron a él, y todos llegan tarde a sus compromisos, pero que importa, lanzan todos los dispositivos electrónicos por la ventana y pegan sus ojos en los cristales del vagón, alucinando con las cosas que ocurren durante el trayecto, en este mundo que creían conocer a la perfección.
Vuelven a ser como niños curiosos con todo lo que los rodea, y agarrando los sueños que todavía no se han desvanecido que giran alrededor del Sol, impacientes para ser capturados.