Todo lo que viaja a través de las olas, esconde la cabeza bajo el agua, y observa cada situación con perspectiva desde el fondo del mar, donde todo es diferente.
Los peces no se inmutan, solo siguen la corriente. Allí es dónde se guardan los secretos más antiguos y las historias más valiosas. Las que están lejos de la realidad que conocemos y nos acercan a nosotros mismos
Sigo buceando por el fondo marino hasta que llego a un acantilado que me obliga a subir a la superfície. Un viejo faro destaca sobre las rocas, iluminando hacia el norte. Me pregunto qué habrá allí que todos los locos lo busquen.
Quizás todo se equilibre y el caos se simplifique, creando un universo paralelo, donde podamos reflexionar, y soñar lejos de la oscuridad.
Una escalera baja desde la cima del acantilado. Incapaz de resistirme a la curiosidad empiezo a subir.
En cada escalón me encuentro un recuerdo diferente. Algunos de ellos me emocionan, otros siguen punzandome en el corazón al avanzar.
Cuando llego a la cima, escucho el sonido del viento y respiro profundamente, observando como los últimos rayos de Sol se extinguen en el horizonte.
La puerta del faro está entreabierta y puedo distinguir un pequeño rayo de luz que se cuela a través de ella. Arriba veo una pequeña ventana desde dónde me observan unos ojos curiosos. Entro en el faro y empiezo a subir hasta la habitación de la ventana. Un conjunto de espejos marcan el perímetro de la cambra, y en el centro hay una pequeña estatua de un duende con la mirada fija en el horizonte. Cuando me acerco para verlo mejor, me doy cuenta que en los espejos se reflejan progresivamente todas las etapas de mi vida. Excepto uno de ellos que no refleja nada. Me voy acercando a él lentamente, y cuando mi nariz toca el espejo, la estatua del duende se gira hacia mí, y sus ojos empiezan a brillar, el espejo se ilumina y se abre un pequeño agujero en el centro. Un poco dubitativo pongo un pie dentro y seguidamente introduzco todo mi cuerpo.
Todo gira a mi alrededor, hasta que vuelvo a aparecer en el fondo del mar. Esta vez sigo los peces al ritmo de las corrientes marinas, que nos llevan a un barco hundido, con un enorme cofre de madera en la bodega. Me doy cuenta que uno de los peces lleva una llave colgada en una aleta. La tomo y pruebo suerte, suena música de fondo mientras lo abro, y una luz que aparece del interior me alumbra. Cuando se reduce la intensidad, puedo ver que dentro hay el último espejo del faro, pero esta vez me refleja a mi mismo, tal y como soy en en este preciso instante. Aunque no consigo sonreír, hasta que el duende me sorprende tocando me suavemente la espalda, y empieza a reírse sin ningún motivo. Después de unos segundos de incredulidad me uno a él con una profunda carcajada. Dejando este instante como la imagen que quedará siempre retratada en el último espejo del faro.
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