Llevo
años intentando romper el espejo en que me reflejo. Destruir la
barrera que separa la racionabilidad de mis emociones. Escuchar el
sonido de la autocompasión, sin echarse atrás. Es simplemente un
acto de voluntad, así que me armo de valor y empuño el martillo que
hay apoyado en la pared, para blandir lo contra el espejo, hasta
hacerlo pedazos. Olvidar todas mis antiguas memorias, y reescribir
una nueva historia, con un final distinto, quizás inesperado.
El
acto de destruir el espejo, me produce un enorme desgaste, y puedo
sentir como mi energía es escasa, y mi ánimo baja lentamente.
Algunas cosas que sigo sin comprender, y una enorme tristeza en lo
más profundo de mi corazón.
Y
súbitamente rompo a llorar, sin motivo alguno. Siento como algo
empieza a cambiar en mi interior. Quizás esté madurando, o es que
mi alma sufre una extraña metamorfosis, que me purifica. Sea lo que
sea, me hace sentir inquieto.
Mi
mano derecha se retira del suelo rápidamente al sentir un terrible
dolor. Me he cortado con uno de los cristales rotos que yacen sobre
los azulejos de mi habitación.
Me
doy cuenta que cada uno de los cristales rotos del suelo no son
vidrios cualquiera. Son todas aquellas cosas que me echaban atrás,mis
inseguridades y todos mis miedos.
Supongo
que ahora me siento vacío sin ellos, formaban parte de mi
personalidad, pero me impedían ser feliz.
Ahora
me puedo levantar del suelo sin titubear y desparecer dentro de mi
mismo. Crecer y aprender a vivir. Mi corazón se sensibiliza con el
mundo exterior, y es capaz de sentir dolor y tristeza, distinguir
amor de odio.
Así
que cruzo la habitación a ciegas sin encender la luz, y escapo por
la ventana. Hoy se puede presenciar una preciosa lluvia de estrellas
des de mi tejado, así que me limito a contemplar el espectáculo que
nos ofrece la naturaleza, mientras todos los cristales rotos del
suelo de la habitación se juntan para transformarse en una estrella
y perderse en el cielo en busca de otro dueño.