Hoy mis fantasmas llaman a la puerta. Y entran sin que les dé permiso. Como si habitaran esta casa abandonada, y se instalan por las diferentes habitaciones. Cada uno la decora a su manera. Y este hogar ruín y tétrico va reviviendo de las cenizas, como un fuego que nunca ha terminado de apagarse.
Nos gusta sentarnos delante del lago, y ver como la oscuridad se pierde entre el reflejo del agua. Hasta que llega el atardecer y la luna nos protege, entre las sombras de la noche. Como si fuera nuestro guardián más fiel. En realidad ya los echaba de menos. Qué haría sin ellos. Sería incapaz de conciliar el sueño. Acostumbrado a arroparme en los brazos del más viejo de todos, o encandilado con la voz del fantasma más bonito, el que me canta al oído cuando tengo miedo. Y cuando la oscuridad es más intensa y la luz de la luna es insuficiente, me bailan.
Observando cómo se mueven en círculos a mi alrededor, imagino todas las historias que se concentran debajo estas piedras. Nadie habrá conseguido enterrar sus fantasmas permanentemente entre las ruinas de la casa. Porque los fantasmas nunca mueren. Observan desde el rincón, y esperan el momento idóneo para volver a la superficie. Muchos sucumben a ellos y los ven como seres indeseables y horripilantes, pero tienen sus sentimientos, como nosotros. También sufren y se alegran. No son malvados. Incluso son amigables, y con un poco de voluntad se pueden domar con facilidad. Bueno al menos los míos. Cada uno tiene que lidiar con sus propios fantasmas. No conozco los de los demás.
Llevaban mucho tiempo desaparecidos, tienden a emigrar a tierras más frías cuando llega el invierno, y les gusta visitarme y quedarse una temporada a partir de otoño. Con el calor se derriten. Pero la lluvia y la nieve les dan vida.
Tengo que reconocer que hoy me han sorprendido. No esperaba que llegaran tan temprano, y me costó un poco acostumbrarme a su llegada. Incluso al principio traté de ahuyentarlos, pero tienen un poder de seducción privilegiado. Como aquellas chicas que no destacan por su belleza, pero que en su manera de hacer hay algo innato, que te llama brutalmente la atención. Primero percibes un pequeño escalofrío pero después sientes como un suave y agradable masaje en la mente, y te relajas. Como si fueran dos piezas de un puzzle que encajan a la perfección.
Os voy a confesar mi secreto más preciado, a veces, cuando me encuentro en una encrucijada, y dudo que dirección debería tomar, los llamo en silencio, y me indican el camino. Su intuición es alucinante. Siempre me llevaban por el camino correcto. O quizás, es que todos los caminos son buenos, si la intención es la adecuada, y sabes aprovechar todas las oportunidades.
Desde la más profunda oscuridad, me ayudan a quitar el polvo de la casa, y a reconstruir las partes derruidas. Quieren que habite en un lugar decente, donde pueda tomar mis decisiones de forma ordenada y paciente. Me han dicho que si la próxima vez que se vayan por un tiempo vuelvo a abandonar mi hogar de esta forma, no me arroparán en los momentos difíciles, no me cantarán y que nunca más los veré bailar.
La casa tenía un jardín precioso, el cual frecuentaba con mucha regularidad, cuando me sentía solo, y la naturaleza me arropaba, y me hacía sentir parte de este mundo maravilloso.
Los fantasmas empiezan a podar las plantas y a cortar el césped y lo dejan todo impecable.
Al cabo de unas horas, vuelve a quedar todo como antes. La casa impoluta, y el jardín… No tengo palabras para el jardín. Despierta una paz celestial. Me pasaria el dia entero en él.
Cuando han terminado, el más viejo de todos se me acerca y me susurra al oído:
Los fantasmas no somos seres tan horripilantes como todo el mundo cree. La gente no quiere escucharnos, ni trata de entendernos.
Ellos forman parte de mí, y me ayudan a ser quien anhelo ser. Porque no hubiera llegado aquí, si ellos no hubieran aparecido cada vez que me equivoqué, ni me hubieran enseñado a aprender de mis errores.