miércoles, 17 de junio de 2020

Olor a humanidad

El pastelero se levantó a las 4:30 como todos los días. Llevaba una vida rutinaria y mecánica, como el movimiento de las agujas del reloj. Escrupulosamente ordenada, hasta tal punto que casi le aborrecía. 

Era el cumpleaños de su esposa, y quería prepararle su pastel favorito. 

Lo primero que hacía, sin excepción al levantarse, era abrir la ventana unos pocos centímetros, acercar su nariz al exterior, y dejar que el viento le llevara los diferentes aromas que se mezclaban en el entorno. 

Ese procedimiento era mejor que leer el periódico. El olor de los seres vivos nunca mentía. Podía distinguir si los árboles estaban molestos o si los pájaros se sentían nerviosos. Incluso percibía el miedo o la felicidad de algunos humanos por medio de su olfato privilegiado. Conocía el mundo a través de los rincones más recónditos de su nariz. 

Pero aquel día, al abrir la ventana, se dió cuenta que algo no iba como debía. Afinó su olfato, pero fue incapaz de percibir nada.

Qué extraño, pensó. ¿Habría perdido su sentido más preciado, el que había heredado de su abuelo? O quizás se había parado el mundo, como un reloj al que se le acaba la cuerda. 

Bajó las escaleras con cuidado, se puso el chaquetón, y salió al exterior, hacía un frío terrible, incluso los árboles de su jardín tiritaban y el aire que se percibía era tenso.  

Cómo era habitual a aquellas horas de la madrugada nadie corría por la calle. 

Andaba sin rumbo, a donde le llevara su instinto. A cierta edad se vuelve infalible, y más aún en las situaciones complicadas. 

Todavía era incapaz de percibir los olores, ni tampoco se escuchaban los cánticos matutinos de los pájaros al despertar. Se había extinguido cualquier señal de vida, como si un huracán se los hubiera llevado a algún lugar remoto. 

Se detuvo delante de la estación de correos, de repente advirtió un olor muy leve, que procedía de algún lugar lejano. Su nariz se tornó puntiaguda, como un cuchillo recién afilado, y avanzó mecánicamente hacia el origen del aroma. Tenía la sensación que su cuerpo se movía solo, como si fuera una marioneta, alguien le estaba dando órdenes a sus piernas de avanzar en esta dirección. 

Si su orientación no le engañaba, se estaba dirigiendo al bosque donde él y su mujer habían pasado tantas tardes. Allí había descubierto muchos olores, era un placer para la nariz sentirse cobijado unos minutos por aquellos árboles, y disfrutar de la fauna. 

El aroma era cada vez más fuerte. Olía a tristeza y melancolía. Sus piernas pesaban cada vez más, a medida que se iba acercando al origen. 

Se detuvo delante una fábrica recién construida, con sus chimeneas, expulsando humo como locomotoras de tren. El hedor era muy fuerte.  -¿Dónde estaba el bosque?- Se preguntó. Afinó su nariz un poco más y lo comprendió todo. Lo habían talado, para construir aquel edificio. 

Alrededor quedaban los restos de algunos árboles, y algún pájaro que planeaba bajo lamentando la pérdida de sus compañeros más preciados. 

Una sensación de terror e impotencia le invadió. 

Los humanos somos unos egoístas. No entendemos nada de este mundo, ni tenemos respeto por la naturaleza. 

Quería irse, no le apetecía seguir contemplando aquel desastre, pero notó una fuerza desconocida que le retenía. El olor más bueno que había sentido jamás, se colaba entre la melancolía y tristeza del entorno, como el primer rayo de Sol, al entrar por la ventana de una habitación. 

Se dirigió hacia allí, con pasos firmes y precisos. 

Un álamo pequeño se erguía detrás de la fábrica. No lo habían cortado. Era demasiado joven aún. Desprendía un profundo olor a vitalidad, bondad y amor. 

El pastelero se acercó, frotó una de las hojas con delicadeza, sacó su pequeño frasco del bolsillo, metió una pequeña muestra de aquel aroma, y volvió a casa. Se había inspirado en una nueva receta. 

Empezó a trabajar en el pastel de cumpleaños. Utilizó todos los ingredientes que tanto le gustaban a su esposa, y cuando terminó, sacó el frasco, y derramó un par de gotas del aroma extraído del álamo. 

Desde la muerte de su mujer, en su cumpleaños se sentaba en la mesa, visualizaba su rostro y su sonrisa. Ponía dos platos, cortaba un par de pedazos, y degustaba el pastel en solitario. 

Este año, fue diferente, las gotas de perfume que le había puesto, le daban una vitalidad especial.  

A partir de ahora, le pondría un par de gotas a cada uno de sus pasteles, para que todos sus clientes se impregnaran de ese olor tan maravilloso.

No podría cambiar el mundo entero, pero al menos podría cambiar su pequeño mundo interior. 


martes, 9 de junio de 2020

La vela y el mar oscuro

La cándida luz de una vela en sus últimos compases, se apodera de la habitación. Cómo un último suspiro, reclama su lugar entre esta oscuridad, formada por distintas capas de negro. Se adentra entre ellas como el aguijón de una avispa penetrando a la piel, y poco a poco expande su tenue luz, tratando de convivir con los tonos oscuros que gobiernan el espacio. 

Desde mi rincón observo la belleza de la escena. Es un baile entre los sentidos opuestos, una lucha entre el más fuerte y el más débil. ¿Podrá la perseverancia y la determinación vencer el miedo y las dudas? - Me pregunto, mientras le pido a mi alma que salga de su escondite debajo de la cama. 

Fijo mi mirada en la llama, como un arquero apuntando a su objetivo. Trato de no desviarla en ningún momento, quiero transferirle toda mi energía. Los tonos negros empiezan a teñirse ligeramente de gris, y las capas más suaves de oscuridad incluso parece que empiezan a evolucionar hacia azul marino. Imagino que la habitación es un infinito océano, y yo estoy en la cubierta de mi velero, observando el amanecer. 

Incluso me parece como si soplara la brisa marina, y me invade esta sensación de libertad, que provoca el rugido de las olas. 

Mi alma, quiere decirme algo. Escucho un leve susurro, pero no llego a comprender su mensaje. Mantengo mi atención en los últimos latidos de luz. Quiero ayudarla, a sobreponerse a la tiranía de la oscuridad, pero algunas capas son tan profundas que aunque lo intenta con todas su fuerzas le resulta imposible penetrar en ellas, y se apaga.  

Nos quedamos prácticamente a oscuras, y escucho mi alma sollozar. Siempre le ha aterrado enfrentarse a este tipo de adversidades. Mi corazón late con fuerza. ¿Estamos solos? 

De forma instintiva cierro los ojos con suavidad, y estudio el espacio que me rodea. Quiero comprender mis sentimientos.  

Mi mente pasea por los diferentes niveles de oscuridad, y busca un lugar donde sentarse y reposar. Después de estudiar cada rincón a la perfección se decide por la capa más oscura, donde gobierna el negro más profundo de todos. Se sienta allí y observa, hasta que pequeños destellos de luz empiezan a aparecer alrededor. Estos se convierten en estrellas. 

Mi alma se remueve bajo la cama, y saca su mano. Tiene el puño cerrado, parece que esconde algo. 

-Canta la canción que cantabas en la playa cuando todo el mundo dormía. - Me pide. 

Abro mis ojos, y con una breve sonrisa, trato de recordar la letra y la melodía. Empiezo a cantarla a un volumen casi imperceptible y la música me va transportando a un hogar y un tiempo lejanos. 

-Canta más fuerte. Tienes que despertarlos a todos. Que se unan a ti. Cómo si fuera un coro celestial. - Dice ella emocionada. 

Yo voy subiendo el volumen progresivamente, hasta que alcanzo el cénit. Un estado de máxima motivación. Escucho como mi alma me acompaña con su voz de soprano. Solo se limita a hacer un coro sencillo, aunque la emoción que le pone es tremenda. Presiento que la luz de las estrellas se intensifica, y también se unen al coro. La cantamos como si fuera nuestro himno. En las últimas notas dejo a mi alma sola. Le gustaba terminar la canción en solitario. Le ponía unos adornos increíbles. Y esta vez tampoco es menos.   

Al acabar, sale lentamente de debajo de la cama, me mira a los ojos, se va acercando, y cuando escucho su aliento frente a mí nariz, me pide que abra los ojos, muestra lo que guarda en el puño, y una luna llena sale, y se eleva hasta el centro de la habitación. Todo el entorno se transforma, en un paisaje marítimo. Estoy encima de mi velero, a lo lejos se divisan, las luces del pueblo pesquero y el puerto, en una noche de luna llena. Siento la brisa marina en mis mejillas. No estoy soñando. El mar ha vuelto a vencer la oscuridad.